martes, 20 de noviembre de 2007

La Nieve

No sé cómo lo vereis vosotros, pero a un tipo medio moro como yo, que está más moreno que el sobaco de un grillo, la nieve le resulta algo novedoso. Casi divino.



La ves ahí, tan blanquita. Parece una almohada de esas blanditas. Te apetece tirarte encima, revolcarte como un guarro en un charco.
Y sobre todo quieres cogerla, tocarla, hacer bolas, dejar tu huella, sacudirla, etc. Pero con la nieve pasa como cuando te cagas encima. Al principio es una sensación rara, extrañamente agradable, pero al momento estás deseando limpiarte.
Con la nieve es igual. La tocas, la coges y mola. Pero al momento pierdes la sensibilidad en la mano y sólo quieres quitártela de encima.

El caso es que ni corto, pero sí perezoso, he salido a darme algunos garbeos por Penzberg. Aparte de las calles asfaltadas para coches, con sus correspondientes aceras, existen otro tipo de caminitos por los que pasear. Está prohibido el paso a motos, coches y demás vehículos a motor. No así a las bicis, que suelen utilizarlos como atajos. Son increíbles porque se adentran en el bosque, y uno no sabe ya si está en la ciudad, en el campo, en el mismo medio de un bosque si no mira al suelo.



Este pueblo, como la mayoría de Baviera, está tan relacionado con la naturaleza que no tala árboles al tun tun. Hay muchas franjas de arboleda entremezclada con las casas. Todo son casas de mayor o menor número de pisos.




Penzberg fue hace tiempo una colonia minera. En el cementerio hay 10 lápidas en honor a los mineros muertos en un accidente que hubo allá por los años 50. No hice fotos de ellas por respeto.
Todavía mantiene las vías del ferrocarril que transportaba el mineral de la mina. Y cuando llega el invierno los raíles acaban casi enterrados en la nevada.



Y aunque parezca mentira, los animales se dan sus vueltecitas por la nieve como si tal cosa. Me llamó la atención este gato, tan tranquilo por la orilla de uno de los lagos que está a las afueras del pueblo, en un camping de caravanas. El tío, tan tranquilo, se paseaba como si tal cosa. Y yo, mientras tanto, me ciscaba en sus muertos del frío que tenía, de la medio gangrena en mis dedos de los pies, de la total insensibilidad en la nariz y parte de las orejas y de la facilidad con que el gato pisaba la nieve como si nada.



"Marditos roedores..."

5 comentarios:

Anónimo dijo...

es estupendo disfrutar de la nieve...aun recuerdo cuando fui a Andorra, y nevo mogollon. hice muñecos de nieve, me revolqué sobre ella y tiré bolas....y lo que tu dices, la nevada fue magica.

me alegro de que te lo hayas pasado guay en alemania.
bss

paparra dijo...

Lo cierto es que la nieve es para un rato bueno. Y nada más. Vivir con ella es un suplicio, os lo aseguro.

Dos semanas de nieve, acaba hartando al más dispuesto.

Pero es cierto que el primer contacto ha sido increible. Estaba como un niño chico. De hecho, una amiga de Valle me lo dijo un par de veces, lo de ser como un niño...

Ya me contarás o de Andorra Maritra!!

Anónimo dijo...

Pero ninguna vez anterior habías visto la nieve???

paparra dijo...

La nieve sí, pero una nevada como esa, en la vida.
Y mucho menos tal cantidad.
Cuando ha nevado alguna vez en Badajoz no ha habido tiempo para hacer el estúpido así.
Y ya sabes que yo soy más de calores que de fríos.

Anónimo dijo...

Siempre has tenido el horcate caliente...